Reflexionar sobre la fuerza del trabajo es hacerlo sobre la lucha por una jornada laboral, y hacerlo desde el pensamiento marxista está de total actualidad en los tiempos que nos toca vivir. Obviamente salvando las diferencias temporales y terminológicas de las diferentes épocas históricas.
El secreto del trabajo está en producir una mercancía que se pone en el mercado y se vende y con ello, se genera un ciclo económico que propicia negocio y beneficio al comerciante – vendedor que después se convierte en consumidor de otro producto y así sucesivamente.
Este benéfico que reporta la venta del producto es como consecuencia del trabajo de más que realiza el obrero, trabajo no retribuido. De este trabajo no retribuido deben vivir en general todos los miembros ociosos de la sociedad, de ello, junto con la renta del trabajo salen los impuestos sobre los que descansa el orden social existente.
El trabajo no retribuido –plusvalía o beneficio del capitalista- no es un invento de la época actual en la que la producción corre a cargo de los capitalistas de una parte, y de los asalariados de otra.
Los asalariados siempre han sigo la clase oprimida y se han visto forzados a rendir trabajo no retribuido en todas las épocas de la historia, desde la esclavitud, donde los trabajadores trabajaban mucho más de lo que les pagaban en forma de medio de vida, hasta la Europa del bienestar y de las crisis, en la que una parte minoritaria de la sociedad acumula los medios de producción y el/la obrero/a, libre o no, no tiene más remedio que añadir al tiempo durante el cual trabaja para su propio sustento un tiempo adicional para producir la ociosidad de los propietarios de los instrumentos de producción.
Al capitalista le interesa que la jornada de trabajo sea lo más larga posible porque en ello le va la acumulación de beneficios, en ocasiones indecente. Cuanto más larga sea la jornada de trabajo mayor plusvalía rinde.
Ante este planteamiento está el instinto del obrero que le dice, que cada hora más que trabaja después de reponer su salario, es una hora que se le sustrae ilegítimamente, al menos así debía de ser, y ello lo sufre en su salud física, social y cultural. Mientras que el capitalista lucha por sus ganancias, el obrero lo hace por su salud, por su descanso y por su desarrollo como ser humano.
Es justo reconocer que no solo depende de la buena voluntad de cada capitalista en particular luchar o no, por sus intereses sino que la competencia leal y desleal del sistema, le obliga a seguir esa huella haciendo que sus obreros trabajen igual que los otros, de ahí la importancia del derecho laboral, del diálogo como instrumento para las relaciones laborales y de la formalización de una jornada laboral.
La lucha por conseguir que se fije una jornada de trabajo, actualmente muy denostada por los poderes políticos y económicos, dura desde la aparición en la historia de los/as obreros/as libres y hasta nuestros días. En la actualidad rige una teórica jornada laboral pero en la práctica, solo puede decirse que existe una verdadera jornada normal de trabajo allí donde la Ley la fija y se encarga de velar por su aplicación o bien, donde existe una fuerte tradición de sindicar el trabajo. No es el caso de España donde la legislación laboral (Reforma Laboral) otorga a los capitalistas el gobierno de la gestión de la misma y debilita la sindicalización del trabajo generando una profunda desprotección para las clases trabajadoras.
Haciendo un breve análisis de la evolución de la jornada de trabajo, podemos hacer referencia a que los obreros de la industria inglesa arrancaron una ley reguladora a fuerza de años de lucha contra los capitalistas industriales, acompañó en la época el inicia de la libertad de prensa y el derecho a reunión y asociación, lo que hoy quiere restringir el gobierno actual, que explotaron hábilmente las disensiones en el seno de la propia clase gobernante, justo lo contrario a lo que hoy a toda costa, está intentando el poder económico, mediático y político agrediendo la honorabilidad de la libertad de prensa y del libre asociacionismo de las trabajadoras y trabajadores.
En este sentido, podemos afirmar que las disensiones en las clases dominantes son propicias para las clases trabajadoras porque el sufragio universal obliga a los dominantes a captar simpatías entre los/as obreros/as. En estas condiciones, es una obligación rearmar en la dirección del derecho, de la libertad y de la justicia social el enorme potencial que tiene la fuerza del trabajo.