No es novedoso afirmar que
vivimos tiempos difíciles y convulsos, excepcionales diría yo, no solo en
España y en Europa sino en todo el planeta. Hechos acaecidos recientemente como
el terremoto y posterior tsunami en Japón, puso de manifiesto la fragilidad ante
lo imprevisto y la excesiva dependencia, en este caso energética de fuentes
finitas, peligrosas y agresivas medioambientalmente, y hasta de los instrumentos
de poder político y económico de los que adolecemos.
La primavera árabe y las
revoluciones en África contra los regímenes corruptos, dictatoriales y brutales
conllevan problemas adicionales en relación a los refugiados y las migraciones
masivas hacia Europa, por lo que se hace preciso disponer de una estrategia
para la inclusión social y laboral, sin embargo se ha legislado cada vez con
mayor escapismo humanitario restringiendo los derechos humanos universales. Estas
políticas en España se han visto agudizadas al aniquilar la posibilidad de seguir
profundizando en el desarrollo de energías renovables y alternativas con la
retirada de las primas al consumo energético y criminalizar a los inmigrantes
sin papales sacándolos fuera del sistema público sanitario y de protección social,
negando de esta manera los derechos humanos y de ciudadanía.
La crisis financiera
provocada por la codicia irresponsable y sin control de los bancos sometiendo
el modelo económico al capital financiero, es la causante de la deuda soberana
y con ella llega la crisis económica, social y política que vivimos que ha
provocado paro, austeridad, recortes, trabajo precario, empobrecimiento de las
familias, de la sociedad y hasta de la democracia y que ha transferido
soberanía de los Estados hacia instituciones no democráticas. Todo ello recae
fundamentalmente sobre las clases trabajadoras, pensionistas y jubilados, quienes
están pagando un altísimo precio mientras que los causantes financieros de la
crisis siguen disfrutando de salarios y bonificaciones fiscales indecentes.
Mientras que la UE no para
de mirar el ombligo de Alemania y de Angela Merkel, en el resto del mundo se
produce un fuerte crecimiento económico sustentado fundamentalmente en una
abundante mano de obra barata y fácil movimiento de capitales y en la
combinación de austeridad -que no recortes- con inversión en crecimiento y con normas que
estabilicen y racionalicen los mercados para convertirlos en productivos (casos
de Islandia y EE UU). La lucha de la UE por seguir siendo competitivos es un
reto complicado de futuro porque no se orienta en la dirección adecuada. Para
encontrar el crecimiento y el empleo decente no se puede competir desde el abaratamiento
de la mano de obra, no se puede competir sometiendo todos los esfuerzos en
restablecer la confianza de los mercados despreocupándose de la capacidad productiva
de nuestro tejido y modelo económico y productivo.
Todo lo que hasta ahora está
imponiendo la UE ha sido un gran error que ha ocasionado recesión económica y
el rescate fallido de varios países en lugar de ayudarlos realmente a
recuperarse. Los mal llamados rescates han recortado los salarios y las
pensiones para dar mayor flexibilidad a los mercados laborales con el propósito
de garantizar unos ingresos más altos y lo único conseguido con esta estrategia
ha sido el estancamente del consumo interno, e empobrecimiento social y
económico y el aumento del déficit
público.
El fácil argumento de que
las reformas realizadas son necesarias para proteger el euro y restablecer el
crecimiento está quedando en entredicho desde la victoria de Hollande en
Francia, y ahora se está iniciando una corriente de pensamiento coincidente con
lo que venimos planteando desde 2008 y que explícitamente consistía en reclamar
más
Europa, más democracia dialogada y participada con los interlocutores sociales,
más compromisos específicos sobre los eurobonos y los impuestos sobre transacciones financieras. Sin embargo
hasta ahora, se ha optado por una gobernanza económica que resta soberanía de
hecho a los Estados, infringe los Tratados referentes a políticas salariales y
de negociación colectiva y ataca a la Europa social.
Cuatro años de un retraso inaceptable
que están acabando con todo y sobre los que debe exigirse responsabilidades más
allá de las políticas, porque Europa puede acabar con una profunda crisis política
y social como consecuencia del descontento ciudadano creciente. La gente está
decepcionada, cansada e indignada a la vez por las recompensas para altos
cargos y directivos bancarios (España es un claro ejemplo de ello) en contraste
con la austeridad a la que se somete a la mayoría de la ciudadanía.
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