miércoles, 6 de junio de 2012

La solución está en Europa.


No es novedoso afirmar que vivimos tiempos difíciles y convulsos, excepcionales diría yo, no solo en España y en Europa sino en todo el planeta. Hechos acaecidos recientemente como el terremoto y posterior tsunami en Japón, puso de manifiesto la fragilidad ante lo imprevisto y la excesiva dependencia, en este caso energética de fuentes finitas, peligrosas y agresivas medioambientalmente, y hasta de los instrumentos de poder político y económico de los que adolecemos.

La primavera árabe y las revoluciones en África contra los regímenes corruptos, dictatoriales y brutales conllevan problemas adicionales en relación a los refugiados y las migraciones masivas hacia Europa, por lo que se hace preciso disponer de una estrategia para la inclusión social y laboral, sin embargo se ha legislado cada vez con mayor escapismo humanitario restringiendo los derechos humanos universales. Estas políticas en España se han visto agudizadas al  aniquilar la posibilidad de seguir profundizando en el desarrollo de energías renovables y alternativas con la retirada de las primas al consumo energético y criminalizar a los inmigrantes sin papales sacándolos fuera del sistema público sanitario y de protección social, negando de esta manera los derechos humanos y de ciudadanía.

La crisis financiera provocada por la codicia irresponsable y sin control de los bancos sometiendo el modelo económico al capital financiero, es la causante de la deuda soberana y con ella llega la crisis económica, social y política que vivimos que ha provocado paro, austeridad, recortes, trabajo precario, empobrecimiento de las familias, de la sociedad y hasta de la democracia y que ha transferido soberanía de los Estados hacia instituciones no democráticas. Todo ello recae fundamentalmente sobre las clases trabajadoras, pensionistas y jubilados, quienes están pagando un altísimo precio mientras que los causantes financieros de la crisis siguen disfrutando de salarios y bonificaciones fiscales indecentes.

Mientras que la UE no para de mirar el ombligo de Alemania y de Angela Merkel, en el resto del mundo se produce un fuerte crecimiento económico sustentado fundamentalmente en una abundante mano de obra barata y fácil movimiento de capitales y en la combinación de austeridad -que no recortes-  con inversión en crecimiento y con normas que estabilicen y racionalicen los mercados para convertirlos en productivos (casos de Islandia y EE UU). La lucha de la UE por seguir siendo competitivos es un reto complicado de futuro porque no se orienta en la dirección adecuada. Para encontrar el crecimiento y el empleo decente no se puede competir desde el abaratamiento de la mano de obra, no se puede competir sometiendo todos los esfuerzos en restablecer la confianza de los mercados despreocupándose de la capacidad productiva de nuestro tejido y modelo económico y productivo.

Todo lo que hasta ahora está imponiendo la UE ha sido un gran error que ha ocasionado recesión económica y el rescate fallido de varios países en lugar de ayudarlos realmente a recuperarse. Los mal llamados rescates han recortado los salarios y las pensiones para dar mayor flexibilidad a los mercados laborales con el propósito de garantizar unos ingresos más altos y lo único conseguido con esta estrategia ha sido el estancamente del consumo interno, e empobrecimiento social y económico y  el aumento del déficit público.

El fácil argumento de que las reformas realizadas son necesarias para proteger el euro y restablecer el crecimiento está quedando en entredicho desde la victoria de Hollande en Francia, y ahora se está iniciando una corriente de pensamiento coincidente con lo que venimos planteando desde 2008 y que explícitamente consistía en reclamar más Europa, más democracia dialogada y participada con los interlocutores sociales, más compromisos específicos sobre los eurobonos y los impuestos  sobre transacciones financieras. Sin embargo hasta ahora, se ha optado por una gobernanza económica que resta soberanía de hecho a los Estados, infringe los Tratados referentes a políticas salariales y de negociación colectiva y ataca a la Europa social.

Cuatro años de un retraso inaceptable que están acabando con todo y sobre los que debe exigirse responsabilidades más allá de las políticas, porque Europa puede acabar con una profunda crisis política y social como consecuencia del descontento ciudadano creciente. La gente está decepcionada, cansada e indignada a la vez por las recompensas para altos cargos y directivos bancarios (España es un claro ejemplo de ello) en contraste con la austeridad a la que se somete a la mayoría de la ciudadanía.

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