martes, 12 de julio de 2011

Nueva pobreza

Cada vez con mayor frecuencia, los criterios que determinan la exclusión o inclusión social están relacionados con tener o no tener trabajo, convirtiéndose de esta manera el trabajo, en el factor determinante de una nueva pobreza.

No basta en estos días con tener trabajo para ser incluido e incluida social, sino que aquellos/as que conviven con el trabajo precario, ocasional o rotativo se encuentran expuestos permanentemente al umbral de la pobreza.

Da la sensación de que el neoliberalismo dominante -el capitalismo que confunde la competitividad con la competencia- y el servilismo político a la causa de la destructuración del trabajo como derecho y factor de dignidad en beneficio del concepto prevalente de mercancía, tienen claramente definida la estrategia para despatrimonizar a la clase trabajadora y a las clases populares, impidiendo con sus decisiones y reformas la capacidad de transformar las rentas del trabajo en patrimonio.

El problema del paro responde a una situación estructural que no afecta a todos por igual. Hay enormes desigualdades entre personas, entre países, regiones o territorios; por lo que la solución nunca puede ser la misma para todos, no puede pensarse en una solución global, sino en la gobernanza global de la economía, las normas, controles y evaluación de los mercados para no profundizar más si cabe, en las desigualdades.

Las desigualdades sociales tienen su origen en la división social del trabajo, en la transformación del trabajo asalariado como fuente de seguridad y reconocimiento social hacia la tendencia económica de economizar la fuerza del trabajo y hacerla más flexible, convirtiéndola en una carrera hacia el mayor beneficio posible que restringe y precariza la mano de obra y las condiciones laborales.

El discurso de un mundo competitivo, abierto y global en el que la característica principal que debe tener una empresa es la flexibilidad para adecuarse a la situación de mercados cambiantes y a los nuevos tiempos (reestructuraciones, contratos basuras, bajada de salarios, pluriempleo, horas extras, economía sumergida, etc), van haciendo del paro la expresión más viva de una sociedad incapaz de asumir un régimen de gobierno y dominio de la economía que es ostentado por una minoría muy poderosa, al tiempo que peligrosa para la estabilidad de los estados y el bienestar social, y que dispone de todos los medios de producción.

La desregulación del mercado de trabajo viene eliminando la normativa legal conquistada después de larga y dura lucha, para proteger a los más vulnerables en la relación laboral. Va perdiendo su carácter tutelar colocando a trabajadores y trabajadoras en la posición más desfavorable y dejando en manos del empresariado los mecanismos de la llamada flexibilidad del mercado laboral (movilidad geográfica y funcional, contratos temporales, abaratamiento del despido, EREs, …); mecanismos todos ellos que tienen por objeto ceder todo el poder a la empresa y presionar a la baja los salarios y los derechos laborales; hasta el punto de que, el miedo al despido y la coacción a la pobreza obliga a muchas personas a consentir situaciones laborales que lesionan sus derechos y a admitir actividades en la economía sumergida como única alternativa a la exclusión, convirtiéndolos en esclavos modernos, escaparates de mano de obra barata al tiempo que instrumentos para la exclusión de los que no consideran adecuados por sus capacidades, o por su actividad sindical.


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